lunes, 1 de diciembre de 2003

“La creencia del amor”

Electra nos envía un artículo para compartir

“La creencia del amor”

“Por una perversión típicamente amorosa lo que el sujeto ama es el amor y no el objeto”
(Roland Barthes. Fragmentos de un discurso amoroso)


Existe un mito, que se remonta a épocas que vaya a saber uno cuándo se erigieron. Es esa reafirmación contingente y errónea del “sentir”. Mejor dicho, del “sentir el amor”. Pura panfletaria. Un fictio parido por las mentes brillantes de la publicidad y el merchandising. Todo lo que se ha leído, escuchado e, incluso, sentido sobre la materia es mentira. Una creación, un invento. Convenciones doctrinarias, tiradas al vuelo para dar sentido a la absurda idea del tabú.
Ustedes me preguntarán, o se preguntarán, cómo es posible que yo verifique dicha hipótesis. Es decir, esa relación espuria (de carácter hipotético) mantenida entre la variable “amor”, y la variable “sentir”. Bien. Paso a enumerar los resultados obtenidos de un minucioso estudio de campo. Todo lo que se leerá a continuación representa todas aquellas inculcaciones que se han intentado introducir en nuestro cerebro, desde tiempos pre-aristotélicos. A saber:
No existe un “otro” (alter) que hace a un “uno” (ego), sentir el estado de lo completo. El corazón no se quiebra, ni se desmorona. El corazón no siente la ausencia, ni la presencia. No “siente”, sólo late. Esperar, extrañar, ansiar la mirada de un “otro”. Capturar la mirada de un “otro”. Observar a un “otro”, soñar a un “otro”, recorrernos el cuerpo por un “otro”. Entregarse, fundirse. Sobornar sus placeres. Negociar sus caricias. Saborear la humedad. Aliviarse con un “otro”. Enviciarse con un “otro”. Desear matar a un “otro”, desear matarse a “uno”, desear matarnos. Desearlo. Creernos únicos, indivisibles, indestructibles, indispensables, inseparables e inimputables. Todo ello, no existe. Es, popperianamente, hablando, falso.
¿Sobre qué se sienta este absurdo? Sobre una “creencia”. Más detalladamente, y aludiendo a la distinción elaborado por E. De Ipola (Las cosas del creer, 1997) una “creencia en”. Por ello, debe quedar aseverado, que aquí no estamos aludiendo al carácter “dubitativo” del “creer”. Sino, precisamente, a su lógica fundacional en tanto constitutiva del “Ser”. Creer, en este sentido, implica asirse hacia un “algo”; sea sujeto, objeto, idea, imagen. Creer, en este sentido, implica que dicha “creencia” constituye una identidad. Brinda una peana de pertenencia. Se “pertenece” a un determinado “grupo”, porque existe una “creencia” que hace a dicha “masa” identataria frente a otra.
Pues bien, la “creencia” presenta otro rasgo. Es contingente. Implica una creación del lenguaje humano. Aquello que nos brinda identidad, en tanto “grupo” que “cree en”, es una invención del individuo imperfecto, finito e intrascendente. En este sentido, “creer en el sentir del amor” es, como dijimos antes, una ficción. No existe nada, por fuera del hombre, en tanto dador de sentido, que imponga una relación de necesariedad entre “sentir” el “amor”. Dicha concordancia es, simplemente, una “creencia”.
Y aquí, si se me permite, quiero hacer una aclaración. Aquellos movimientos rebeldes, cuasi vanguardistas, que se proclaman como los “no-sentir el amor”, también se apoyan en una “creencia”. Simplemente, la del “creer” que “no se siente el amor”. Y, ello, como en el otro caso (que aquí estamos examinando), conforma un “grupo”: el “no- amoroso grupo del no-sentir”.
Una “creencia”, un mito. La “creencia” del “amor”. Creer en el amor. Creer sentir el amor. Sólo un invento. Quizá el que más logros tuvo; y quizá, uno de los grandes males de los pueblos, es que están dejando de “creer”.

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