miércoles, 17 de diciembre de 2003

El “mundo feliz” de Internet

Vicente Romano
Rebelión



Parafraseando la ironía zarzuelera de principios del siglo que ahora acaba, podría decirse que "hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad". Sobre todo si se refieren a eso que, desde hace ya varios decenios, se viene denominando con el término de Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación (NTIC), o sencillamente Nuevas Tecnologías (NT). El desarrollo de estos medios electrónicos de comunicación se caracteriza por su velocidad, medida en nanosegundos, de ahí el nuevo concepto de nanotecnologías, y por la diversidad de sus aplicaciones.

Fabricantes, tecnólogos y propagandistas de estos medios prometen "un mundo feliz" que casi todos los seres humanos están a punto de tocar con los dedos. Así, entre otras cosas, gracias al desarrollo de los ordenadores, los niños podrán asistir en un futuro inmediato a la enseñanza virtual, en un aula virtual. Los padres alimentarán a la familia con el teletrabajo en la habitación contigua. Los directores de empresa discutirán y negociarán por videoconferencia, medio por el que también impartirán sus clases los profesores universitarios. Los médicos cuidarán a sus pacientes con instrumentos manejados a distancia. Los ordenadores empezarán muy pronto a facilitar la vida cotidiana de los discapacitados. Gracias a las ayudas electrónicas, se abren nuevos campos profesionales. Y así sucesivamente.

Parece que este mundo de ciencia-ficción no está muy lejano. Lo que aún falta es una red efectiva que conecte la vivienda con los lugares de trabajo. Mientras llega, algunos empresarios vanguardistas empiezan ya a dar los primeros pasos hacia ese mundo de ciencia-ficción. A título de ilustración puede servir la nueva oferta que hacen algunos hoteles de "vacaciones y trabajo". Con este contrasentido parece que el capital quisiera extraer plusvalía hasta en las horas de asueto.

Las innovaciones se producen con tal rapidez y su imbricación se complejiza de tal manera que se hace necesaria ya la reflexión crítica, orientadora, de esta evolución. Casi cada día se suman a la ya inabordable sopa de letras de las telecomunicaciones nuevas siglas crípticas que responden al último adelanto tecnológico. Y, además, en inglés, la lengua del imperio, claro está.

El futuro de la comunicación se puede describir con bonitos ejemplos, como los video- móviles, que envían una fotografía desde el lugar donde se esté de vacaciones, o con teléfonos del tamaño de un bolígrafo, que reconocen, según el contexto, si deben sonar o no.

El problema está en la seguridad. Es posible que cada participante pueda escuchar (o co- dedicir) las conversaciones que pasan por su estación. También resulta factible que terceras personas puedan escuchar las conversaciones privadas de las casas. Los expertos opinan que esto no sería nada difícil.

Lentitud frente a rapidez

Los internautas demandan cada vez más y más velocidad en la transmisión de datos. Los 56 Kilobits por segundo del modem y los 64 KBit/s de la ISDN (Integrated Services Digital Network) ya no son suficientes. Con la nueva técnica ADSL (Asymeteric Digital Subscriber Line), los internautas pueden desplazarse por la red a velocidad de turbo. Y todo eso por el cable normal de cobre de la línea telefónica.

Para la comunicación por Internet esta transmisión asimétrica de datos resulta ideal, pues pueden alcanzarse hasta 8 Megabits (8000 Kilobits) por segundo. En teoría, claro está. Pues, la velocidad de transmisión se reduce considerablemente cuando el ordenador y las líneas están sobrecargadas.

Los ingenieros intentan superar estas limitaciones con el ATM (Asynchronous Transfer Mode), medeiante el cual pueden transmitir mil veces más datos a través de la ISDN. Esta técnica no sólo permite un ancho de banda mucho mayor, sino que también es más flexible.

Recuerda bastante la Internet, puesto que en ésta cada participante puede suministrar a la red cualquier cantidad de información. Si el volumen de datos supera la capacidad del sistema se dan retrasos e incluso pérdidas. En el ATM, una capacidad interna regula el flujo de datos y ofrece, en contraste con Internet, la garantía de una determinada calidad de la transmisión.

En el ATM, cada fuente debe indicar el tipo y volumen de sus datos. Sólo se le da entrada si se dispone de la capacidad pedida. Los retrasos o aplazamientos son mínimos y se consigue que, por ejemplo, en las videoconferencias lleguen simultáneamente imagen y voz. Cualquier conversación por satélite demuestra hasta qué punto es incómodo adaptarse al retraso del sonido. Las fracciones de segundo que necesitan las señales para ir y venir a la velocidad de la luz son suficientes para desconcertar a los interlocutores. Confunden las palabras y pierden el ritmo de la conversación.

Hasta ahora, esta tecnología se ofrece únicamente a las empresas. Las personas privadas y los profesionales no se la pueden permitir. Para ellos la ISDN sigue siendo el nivel de la tecnología. Los precios oscilan entre 1.500 y 10.000 marcos al mes. A esto hay que sumar los costes, nada exiguos, de los aparatos (hardware), pues, en términos generales, el ATM presupone una conexión de fibra óptica. Así que no queda mucho de la euforia inicial del ATM.

En EE. UU. se está trabajando por el desarrollo de Internet. Dentro de dos años podría haber conexiones a Internet con calidad de red fija. Cuando llegue ese momento habrá que plantearse la cuestión de qué tecnología va a transportar el flujo de bits multimedia entre los ordenadores.

Se ha llegado al descubrimiento de la lentitud, de que la ISDN rinde poco y cuesta mucho. Por lo que, debido a la carestía de las conexiones, fracasan las promesas del mundo feliz de Internet y los multimedios.

En el futuro próximo habrá dos clases de usuarios en la red: los ricos y los pobres. Tras iniciarse en EE. UU la Internet 2 con el nombre de Abilene, esta tecnología se está introduciendo en Europa. Se trata de una red de centros de investigación y universidades, la cual puede transmitir a una velocidad de 155 Megabit por segundo. Pero cuesta unos 119 millones de pesetas al mes.

Tanta microtecnología, medida en nanómetros, y tanta velocidad de procesamiento y transmisión, medida en nanosegundos, escapan ya a la percepción humana y, por consiguiente, a la consciencia. Se empieza a redescubrir el valor de la lentitud y a reivindicar su aprendizaje. La calidad de vida se contradice con la velocidad de circulación del capital.

El valor de la lentitud y su aprendizaje lo reivindican también Sten Nadolny en su novela Die Entdeckung der Langsamkeit y Günther Grass en su extenso artículo Der lernende Lehrer, en donde parecen resonar ecos del brasileño Paulo Freire.

G. Grass suscribe el aprendizaje de la lentitud como contraste al principio dominante de la aceleración. Propone introducir en todas las escuelas un curso sobre el mismo. La lentitud sería un criterio de productividad, una especie de marcha, que correría en contra del tiempo. Sería el aplazamiento consciente, el freno de la velocidad hasta el reposo, el aprendizaje del ocio, la productividad del ocio, como diría Paul Lafargue, el yerno cubano de Karl Marx.

Nada sería más útil en la inundación actual de informaciones que una introducción a la reflexión sin ruidos, sin la rápida sucesión de imágenes, sin accionismo, y zambullirse en la aventura del silencio, en donde sólo pueden vivirse los propios ruidos internos. Se trata, claro está, de una propuesta para la que no hay tiempo de llevarla a cabo. Pero G. Grass ruega que se tome en serio.

En suma, que ha llegado la hora de abandonar tanto criterio de rentabilidad comercial, el predominante valor de cambio, por criterios de rentabilidad social, de calidad de vida, por el valor de uso de las informaciones.

La sociedad vigilada

Gracias a las llamadas "nuevas tecnologías de la información y de la comunicación", las predicciones de Aldous Huxley (El mundo feliz), George Orwell (1984) y Marshall McLuhan (La aldea global) se están realizando. Pero no en los países sometidos a la dictadura comunista, puesto que no hay ninguno, sino en las sociedades "avanzadas" y "democráticas" del tardocapitalismo. La tan cacareada "sociedad de la informacion", o sea, la de los países capitalistas ricos, no es una sociedad de ciudadanos informados, es decir, de ciudadanos que disponen de los datos y conocimientos necesarios para actuar de modo inteligente sobre su entorno, la sociedad en que viven y el mundo que los rodea. Se está convirtiendo rápidamente en una sociedad informatizada, vigilada, de ciudadanos electrónicamente controlados, analizados y comercializados. Ver y oír lo es todo. La aldea global de McLuhan es la sociedad vigilada del futuro inmediato.

Los últimos adelantos electrónicos permiten ya la vigilancia de las llamadas internacionales o nacionales por teléfono fijo o móvil, del fax, telex, correo electrónico, conexiones de Internet, etc.

El Parlamento Europeo ha aprobado en mayo de 1999 una directiva que obliga a los proveedores de Internet a abrirle una puerta (electrónica) a la policía. Este sistema de vigilancia costará unos 8,5 millones de pesetas. Bajo la dirección del FBI se está elaborando un sistema homologado IUR (International User Requirement), que los proveedores deben instalar por su cuenta.

Pero estos sistema normalizados pueden constituir una invitación a los piratas electrónicos y a los espías industriales para superar estas medidas de seguridad.

Hasta ahora, estas nuevas tecnologías han reforzado el poder y no la democracia. Aún no está claro el poder que ejercen la tecnología y las redes mediáticas mundiales. Esta circunstancias tal vez se deba a que el concepto de poder se utiliza todavía en relación con la acción sobre otros. El poder se aplica a las personas y presupone un objeto, su posesión y seres humanos sometidos. Para ser efectivo, el poder no sólo tiene que atribuirse a alguien, también tiene que ser reconocido como tal. Presupone que el impotente pueda aprobarlo o rechazarlo. Cuando falta esta alternativa se habla de violencia.

Pero esta relación cambia con los medios masivos de comunicación. El poder que se apoya en ellos actúa de forma oculta y difusa, tras la superficie del papel y de la pantalla. Por regla general, el destinatario no nota cómo se consigue o se fabrica su aprobación.

En la sociedad informatizada actual, poder es ver sin ser visto y oír sin ser oído. La retificación electrónica de la sociedad, con formas de comunicación heterodeterminadas y los llamados medios interactivos, multiplica, individualiza y descentraliza el ojo del Gran Hermano (Orwell).

Desde que las tecnologías de la información han democratizado (sólo hasta cierto punto) la elaboración, almacenamiento y distribución de datos, las autoridades gubernamentales compiten con los poderes extraestatales: empresas, bandas terroristas y asociaciones criminales. Las compañías e instituciones privadas utilizan las nuevas tecnologías para vigilar electrónicamente a sus trabajadores. Observan el ritmo de trabajo en la pantalla, toman muestras de sus correos electrónicos, almacenan datos sobre ellos, crean perfiles de clientes, etc., que luego circulan en el mercado libre.

Se difuminan o desaparecen los límites entre el Estado y la sociedad, lo público y lo privado, lo militar y lo civil, límites sobre los que se constituyó la sociedad burguesa. La sociedad retificada genera otra relación con el poder. Este opera de manera difusa y personal, utilizando conexiones horizontales y una comunicación adaptada al usuario.

Sí, las nuevas tecnologías de la información producen beneficios enormes, aumentan la productividad, mejoran la prevención del crimen y la asistencia médica, proporcionan entretenimiento alucinante y comodidad. Pero al precio de perder más y más intimidad.

La mayoría de la gente acepta dar alguna información de ellos mismos para votar, trabajar, comprar, sacar un libro de la biblioteca. Pero hoy también se considera un aspecto esencial de la sociedad civilizada controlar a quién sabe qué de uno mismo. Disponer de cierto derecho a la intimidad es lo que ha marcado las diferencias entre democracia y dictadura. Sin el derecho a que lo dejen a uno en paz, a desconectarse de los ojos. oídos e inoportunidades del gobierno y de la sociedad libre de mercado, otras libertades políticas y civiles resultan frágiles.

Hoy día, la mayoría de la gente de las sociedades ricas cree que, si cumple con la ley, tiene derecho a disfrutar de su intimidad. Se equivocan. El cambio tecnológico la ha erosionado de tal manera que, ante el creciente poder de acopiar y difundir datos por medios electrónicos, cabe preguntarse si dentro de 20 años quedará algo de intimidad que proteger.

En la actualidad, la principal amenaza a la intimidad no viene de los medios de comunicación sino del ordenador. Los avances efectuados en el campo de la electrónica no sólo permiten acopiar información, sino también almacenarla fácilmente, analizarla y utilizarla de formas hasta hace poco impensables. Todo empleo de la tarjeta de crédito, fax o correo electrónico, puede ser recogido, guardado, analizado y utilizado con fines policiales y comerciales. Lo mismo hacen las cámaras de TV en circuitos cerrados o en las calles de las ciudades. El comercio con esta información aumenta de día en día. Una sola compañía, la Acxiom Corporation, de los EE. UU., posee información vendible sobre el 95% de los domicilios norteamericanos. ¿Hay alguien que ignore que su uso de Internet lo graba alguien en algún lugar del mundo?, se pregunta The Economist.

Información es poder, por lo que no es de extrañar que gobiernos y compañías privadas se afanen tanto por usar las tecnologías de la información. Las tretas y mecanismos utilizados por unos y otras para obtener información de los ciudadanos son muy diversas. Microsoft, por ejemplo, la compañía de Bill Gates, el hombre más rico del mundo, según dicen, instaló en sus productos un chip que transmitía (y que tal vez siga transmitiendo) un número único de identificación cada vez que el ordenador personal se conecta a Internet.

Algunos tecnólogos piensan que los diminutos "abejorros" de reconocimiento desarrollados por el ejército estadounidense podrán comercializarse pronto. Cámaras de vídeo del tamaño de una avispa podrán meterse algún día en la habitación deseada, fijarse en el techo y grabar todo lo que se haga y hable en ella. El ámbito de la "biométrica" permitirá pronto identificar a las personas a partir de su voz, ojos, o cualquier parte mensurable de su anatomía.

En suma, no hay una sola respuesta al dilema planteado por el conflicto entre la intimidad y el poder creciente de la tecnología de la información. Pero a menos que la sociedad le dé la espalda, colectivamente a los beneficios que ofrece la tecnología, a menos que se cuestione si, en aras de la calidad de vida de todos, es socialmente conveniente todo lo que técnicamente es posible, el "mundo feliz" de la red mediática seguirá cercenando el derecho humano a que lo dejen a uno en paz, a desconectarse de la red y a relacionarse con otros seres humanos en vez de con máquinas.

Los medios pasan, los temas permanecen

Los medios electrónicos, o el uso que hasta ahora se hace de ellos, no han contribuido a reducir las desigualdades ni la infelicidad humana creada por ellas. Más bien las aumenta cada vez más.

Como puede apreciarse fácilmente, los adelantos tecnológicos son para las empresas, los organismos gubernamentales de control y algunas universidades y centros de investigación de los países ricos. También se benefician de ellos ciertos profesionales y miembros de las clases acomodadas de estos países privilegiados. Pero la mayoría de sus ciudadanos y la casi totalidad de la población del resto del mundo ni siquiera puede soñar con acceder a estas tecnologías. Según el último Informe sobre el desarrollo humano de la ONU (julio 1999), el 19% de la población mundial posee el 91% del uso de Internet, como ocurre con el resto de las riquezas. La brecha entre ricos y pobres se amplía tanto entre los países como en el seno de las sociedades. Los que carecen de acceso a la red mediática son también los sin tierra, sin trabajo, sin techo, sin escuelas, sin médicos, sin agua, sin afecto, y más y más "sin".

Además, la telecomunicación es comunicación mediada y mediatizada, es decir, sometida por tiempo indefinido a sistemas mediales heterodeterminados. Como enseña Pross, se efectúa fuera de la inmediatez del contacto elemental humano, de la dicción y contradicción, de la riqueza comunicativa de los medios primarios. Pero el ser humano necesita, por su naturaleza, la relación con el otro, el diálogo, el intercambio de pareceres y sentimientos, o simplemente que lo escuchen. En la sociedad de la comunicación mediática, como se dice ahora, esta necesidad humana se ve cada vez menos satisfecha. De ahí que la gente intente compensar ficticiamente, o virtualmente, como se dice ahora, estas carencias, su soledad, su incomunicación, a través de los medios que el desarrollo actual de la industria pone a su disposición.

Como se sabe, la radio y la televisión se usan, preferentemente, como compañía, aunque ésta sea ilusoria, ficticia. Conocedores de estas carencias, algunos empresarios avispados han empezado a abrir sus páginas de la red a los usuarios que quieran comunicarse entre ellos. Así, por ejemplo, la empresa californiana K-Swiss, fabricante de zapatos, ofrece a cualquier persona solitaria su K-Swiss-Club para "hablar", a través del ordenador, claro está, con otras personas que sientan la misma necesidad. Gracias a estas conversaciones, la empresa recibe una buena visión del estilo de vida de los socios del club (electrónico, virtual). Estos fabricantes de zapatos obtienen así, de forma gratuita, información acerca de sus potenciales clientes: sus sueños, opiniones, comportamientos, etc.

Estos "chat-rooms", espacios para charlar, constituyen una verdadera mina para las estrategias publicitarias. La enorme demanda de "chat-rooms" en Internet revela la insatisfacción de una de las primeras necesidades humanas en esta sociedad del capitalismo avanzado, o tardocapitalismo: la necesidad de espacios y tiempos públicos para la relación social, de lugares para el encuentro, para la conversación relajada. Es aquí donde se puede descubrir lo que se tiene en común con los demás: gustos, insatisfacciones, deseos de cambiar las cosas, etc., en suma, donde puede generarse la solidaridad. Por eso se privatizan cada vez más estos espacios y tiempos a fin de hacer negocio con ellos y enriquecerse con las carencias y los sentimientos humanos.

La compañía Webgenesis Inc. ofrece sus "chat-services", su tertulia abierta, por así decirlo, en www.theleglobe.com. La fundaron dos estudiantes en 1995 con un capital inicial de 15.000 dólares que les prestaron padres y amigos. Estaban firmemente convencidos de que en la comunidad de usuarios de Internet no existe necesidad mayor que la del intercambio de unos seres humanos con otros. En 1997 los socios del Globe era ya 700.000 y su valor asciende hoy a varias decenas de millones de dólares.. "Nuestro negocio", admite uno de los fundadores, "se basa en una cualidad innata del ser humano. Haga lo que haga, siempre buscará la conversación con el otro, por pequeña que sea".

Al principio The Globe cobraba 25 dólares anuales. Ahora está organizado en distintos foros: deportes, viajes, consejos familiares, amor a través de la pantalla, etc. A estas tertulias acuden diariamente 120.000 personas. 1/3 de ellas proceden de Europa, Suramérica, Australia. El 42% son mujeres.

Aquí desaparecen todas las barreras que pueden obstaculizar una conversación cara a cara. Nada tiene que ver con el color de la piel, la edad, la posición social ni los títulos académicos. Las personas se presentan con su palabra escrita. Ni siquiera se deduce el sexo de quienes escriben por sus direcciones electrónicas. La charla en Internet mata los prejuicios, afirman sus defensores. En ningún sitio es tan fácil establecer contactos con personas de todo el mundo y contarles lo que se quiera. Los charlatanes se comunican hasta que el modem los separe.

¿Pero en qué idioma? En inglés, en el del imperio, claro está. Como crisol de culturas, esta "webchat" dura muy poco. La gente se retira pronto a sus nichos habituales. Vengan de donde vengan, tienden a organizarse de acuerdo con quienes comparten las mismas aficiones, los mismos problemas, las mismas carencias y angustias. Y esa comunicación sólo se puede dar en el contacto elemental humano, en el cara a cara.

La incomunicación humana de la sociedad de la comunicación tecnológica le sirve a las empresas de telecomunicaciones para aumentar su ventas y sus dividendos. Esto es lo que persigue el siguiente anuncio de Telefónica: "Claro que hay que hablar más con los hijos, pero ¿cuándo? si no paran en casa. Ahora el número único de Moviline te permite tener hasta 4 móviles con el mismo número, pagando sólo un alta y una cuota mensual."

Pero la comunicación vicaria de la red mediática se pone de manifiesto cuando se contempla el curioso espectáculo, cada vez más frecuente, de personas que van por la calle con el móvil pegado a una oreja y gesticulando vivamente con la otra mano, con el cuerpo y el rostro como si el interlocutor ausente las estuviera contemplando. No es que estén locas ni ensayando ningún número de circo. Sencillamente resulta ridículo complementar con gestos las palabras sin la presencia de la persona a la que van dirigidas.

Internet y democracia

Siempre ha habido quienes creen que la organización social podría transformarse administrando de una forma más racional los recursos existentes o sencillamente dejando que el "progreso" siga su curso. En esta visión de la economía y de la política no hay lugar para la lucha, puesto que el cambio es ajeno a las propias relaciones sociales, lo produce la ciencia o la religión. Al final del siglo XX, el mundo inerte de la maquinaria y la tecnología ha asumido la responsabilidad de curar pacíficamente los males sociales. Los defensores de la transformación tecnológica pretenden realizar las utopías sociales prometidas por los radicales políticos, y todo ello sin alterar el status quo político.

Tras la II Guerra Mundial se creía que la tecnología iba a erradicar la pobreza, producir alimentos (revolución verde) y bienes baratos, un estilo de vida más cómodo, salarios en constante aumento, y así sucesivamente. Ahora, con el advenimiento de las innovaciones tecnológicas en el campo de la información y la comunicación, se atribuyen a éstas tanto la prosperidad económica como el aumento de democracia. Con un PC y un modem, los ciudadanos del siglo XXI se librarán de la opresión económica y accederán a niveles de bienestar inimaginables hace apenas un par de decenios. Hasta los países del Tercer Mundo, continentes enteros como Africa, Asia y América Latina podrán pagar su deuda y subirse al carro de la prosperidad.

Este optimismo descansa, en primer lugar, en el desarrollo y difusión del ordenador personal, de la maquinaria electrónica (hardware) y en la creación de programas (software) fáciles de manejar por gran parte de la población, sin necesidad de formación específica.

El lenguaje de los ordenadores se ha hecho más accesible, de modo que éstos pueden desempeñar una serie de funciones en el ámbito del entretenimiento, la educación, el hogar y los negocios. De este modo, la "tecnología de la información", diseñada para la gran industria, la administración pública, el ejército y la gestión de las grandes empresas, se ha convertido en un bien de consumo masivo.

En segundo lugar, esta "revolución" de las telecomunicaciones ha permitido la transmisión de nuevos tipos de información en cantidades y a velocidades antes impensables. Los símbolos populares de esta "revolución" son el fax, la TV por cable y satélite, Internet, la telefonía celular, la combinación de varios de estos instrumentos conocida con el término de "multimedios", etc. La transmisión prácticamente instantánea de datos y la interacción entre ordenadores individuales es un hecho a nivel mundial. La cantidad se ha traducido en calidad.

Aunque el acceso a Internet siga siendo minoritario, incluso en los países industriales y ricos, no deja de ser una realidad potencial para la mayoría de los países desarrollados. No obstante, si se miran de cerca las tan cacareadas posibilidades, éstas se limitan a dos tipos de comunicación:

1) Los ordenadores personales permiten acceder a informaciones y recursos educativos convertidos en datos informatizados.

2) Las conexiones individuales a través de la red posibilitan un nuevo tipo de conversación escrita. Se tienen así foros nacionales e internacionales impensables hace apenas una década.

Pero la interactividad más llamativa estriba en las conversaciones en "tiempo real" mantenidas a través de la pantalla. Esta posibilidad de conversar, de "chatear" como dicen los jóvenes cocacolonizados, la forma más íntima de comunicarse, es para unos lo más avanzado, o un pobre sustituto para quienes la conversación cara a cara resulta una carga.

Por otro lado, los ordenadores son la base de las llamadas "comunidades virtuales" esto es, comunidades basadas en el intercambio de mensajes a través del ordenador. Aunque esto no deja de ser hiperbólico, pues, desde que la humanidad superó la transmisión oral, o sea, desde la invención de la escritura, se crearon numerosas comunidades sin la proximidad física. Las redes de ordenadores no crean nada nuevo, tan sólo facilitan la organización y conservación de tales comunidades o grupos de intereses.

A esta circunstancia se atribuye el potencial democrático de las nuevas tecnologías y de Internet. Como herramientas son, sin duda, potentes. Permiten la comunicación internacional de forma fácil, rápida y barata. Pero, para fines organizativos, la tecnología es neutral, pues se sirven de ella tanto las autoridades como quienes se resisten a ellas.

Pero el entusiasmo de los tecnófilos no se debe tanto a lo que las NT puedan hacer para el ciudadano responsable como las posibilidades que abren a los malévolos anarquistas e inconformistas. Otra razón de su entusiasmo se deriva de la inseguridad de todos los sistemas, los cuales parecen incapaces de evitar que los piratas informáticos penetren en ellos.

Los economistas de izquierdas se han apresurado a señalar la ingenuidad de estos ciberanarquistas. Recuerdan que los orígenes de estas tecnologías están en el complejo militar-industrial de los EE. UU, y que la investigación y el desarrollo se han centrado siempre en sus usos comerciales y militares. Aunque los ordenadores personales sean útiles para fines políticos, la forma de la red y la estructura de los equipos están determinadas por las necesidades del Estado y del capital. Todo indica que las inversiones se dirigen a aumentar los beneficios privados y no a ampliar la democracia. Para los grandes consorcios privados, este nuevo modo de comunicación es también un nuevo modo de explotación que permite nuevas formas de trabajo y control, incluso el trabajo doméstico con el que el empleador se puede ahorrar muchos gastos.

Mientras los salarios reales disminuyen y la precariedad en el empleo aumenta, la promesa de acceso fácil a la información y la comunicación por una cuota baja, no será muy atractiva. Las tecnologías tienen sus límites económicos.

Pero, además de las limitaciones económicas, existe otra razón bien clara. Si todos tuvieran acceso igual a los nuevos recursos, las consecuencias serían realmente democráticas. Más información y acceso más fácil conducirán a una ciudadanía mejor informada, se arguye. Dadas las posibilidades comunicativas de Internet, una ciudadanía mejor informada tendría más poder. Y es aquí donde reside el punto débil del argumento que equipara información a poder.

Cierto, aún queda mucho que hacer para que todos los ciudadanos dispongan de informaciones suficientes para dirigir de un modo inteligente, racional, sus acciones, para satisfacer sus necesidades cognitivas acerca de cuestiones como la contaminación, la seguridad, la salud, etc. Pero la desigualdad fundamental del poder no reside en la desigualdad informativa: quienes gobiernan y mandan no lo hacen porque sepan más, a menudo incluso saben menos (Principio de Peter). Su poder radica en la capacidad para dar o negar apoyo a proyectos empresariales y grupos políticos. Las instituciones privadas y sus asociados cuasi públicos disponen de las estructuras gestoras y del poder financiero, el Estado tiene las instituciones jurídicas y la fuerza coercitiva en caso necesario.

La extravagancia de los tecnófilos radica en la creencia de que el poder político desaparecerá cuando se disponga de la información suficiente. Como se sabe, la mayor parte de la información ya está disponible para los muchos (siempre que puedan costeársela, claro), pero el poder sigue concentrado en las manos de unos pocos. El científico o técnico profesional que cree que el acceso al fruto de su trabajo es clave para la democracia olvida cuál es su papel en este esquema. No son los científicos los que dirigen los grandes consorcios privados. Sí, el conocimiento es necesario. Pero el déficit democrático no se debe a falta de conocimiento, ni el aumento de éste equivale a más democracia.

Las NT no son el motor de la sociedad, sino el afán de beneficios, como ha ocurrido desde que unos seres humanos empezaron a beneficiarse del trabajo de otros. La tecnología de la información es la nueva criatura del capitalismo, pero no hay que olvidar al progenitor.

Cuando la estructura misma de la sociedad descansa en el déficit democrático, la democracia dependerá de la lucha y de las fuerzas sociales que tengan los intereses, la voluntad y la inteligencia para conquistarla. La tecnología desempeñará su papel en esta lucha, pero la democracia no se compra en los anaqueles del supermercado, ni se baja de un portal de la red. Exige coraje, fortaleza y organización política, algo que ningún Bill Gates ni Microsoft pueden proporcionar.

La tendencia apunta a que el contenido de este medio y del subsiguiente sistema digital de comunicación es y va a seguir siendo muy parecido al sistema comercial existente. Expertos y directores de gigantes como Microsoft o AT&T afirman que Internet será un medio regido por los anuncios, y que, si se hace bien, no se notará ninguna tensión entre consumismo y entretenimiento. De ser un medio participativo al servicio de los intereses públicos pasa a ser un medio donde los consorcios proporcionan información orientada al consumidor. La interactividad puede reducirse prácticamente a transacciones comerciales y al correo electrónico.

Pero ya empiezan a darse algunas reacciones, a crearse grupos para la protección y defensa de la radiodifusión pública. Algunos, como el Cultural Environment Movement, o los zapatistas, establecen como prioridad de sus programas el desmantelamiento del sistema comercial mundial de medios. El mensaje es así de sencillo: sin medios democráticos no puede haber democracia.

Cierto, ahora existe una base tecnológica para organizar un medio democrático que hace años era impensable. A lo largo y ancho del mundo se da una explosión de medios comunitarios y piratas, de acceso público a la TV, de páginas (sitios) de vídeo e Internet. Pero, a menos que exista una fuerza política organizada que exija derechos y recursos, estos medios alternativos no dejarán de desempeñar un papel marginal en el sistema mundial de medios. Esta es la tarea inmediata para los activistas partidarios de medios democráticos.

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