viernes, 17 de diciembre de 2004

Fraternidad, valor revolucionario

Por: Teodoro Rentería Arroyave*



Atosigados y entrampados, no en lo que suele llamarse mercado competitivo
sino precisamente en lo contrario, en mercados oligopólicos, donde las
grandes empresas no compiten por precios, sino por abaratar costes y,
fundamentalmente por hacerse con segmentos de mercado sobre los que ejercen
un gran protectorado y desde el que dominan a las pequeñas empresas y
consumidores, es obligación de los partidos políticos plantearse uno de los
valores revolucionarios del mundo contemporáneo: la fraternidad

Desde hace ya un tiempo largo, se insiste, y con no poca suficiencia, que
los partidos políticos entraron y no logran salir de una ineficiencia
galopante. Es una crisis que se reconoce en el ámbito mundial, sin embargo
ninguno de sus grandes líderes, entretenidos en los intereses mediatos,
abreva en las nuevas teorías, en las nuevas filosofías, en las nuevas tesis
o en la modernidad de estas.

Ha llegado hasta nosotros, y debo agradecerlo a Ricardo Ocampo y a José Luis
Gutiérrez Lozano, la entrevista a Antoni Doménech, que con motivo de su
nuevo libro "El Eclipse de la Fraternidad", le hiciera Alexandre Carrodeguas
Martínez, y que originalmente se publicara en Tempos Novos de España, con el
muy sugestivo título de "El Valor Político de la Fraternidad". El libro verá
la luz pública, por el empeño de la Editorial Crítica, a finales de año.

Antoni Doménech, lo describe Carrodeguas, como un filósofo racionalista con
conciencia histórica que no cree mucho en la compartimentación académica del
saber establecido, y por eso pasa con facilidad de la economía a la
filosofía, a la sociología como le enseñó su maestro el marxista Manuel
Sacristán. Fue militante del Partido Socialista Unido de Cataluña (PSUC),
bajo el franquismo.

Es también un gran enamorado de Aristóteles y un profundo admirador de Marx.
Y ahora está a punto de publicar una dilatada investigación sobre el valor
político de la fraternidad; y el por qué de los tres valores republicanos
exaltados por la Revolución Francesa, el de la fraternidad fue el que corrió
peor suerte.

La entrevista es larga, para el espacio de esta columna, por ello
entresacamos, lo que nos ha parecido más sugerente, aunque la misma toda, no
tiene desperdicio. Nos conformaríamos, respetados lectores, que cuando menos
un líder partidista, responsable realmente en el destino de su instituto
político y en el país, la leyera y se interesara en el estudio profundo de
lo que plantea el profesor Doménech, quien por cierto, para conocimiento de
los izquierdosos, afirma que si Marx volviera a la vida, negaría el estatus
del comunismo y del marxismo, que se impuso a los pueblos.

Empecemos con las crisis de los partidos de izquierda. Alexandre pregunta:
Desde el punto de vista del ideal emancipatorio, ¿dónde cree Antoni Doménech
que deben basarse las líneas programáticas de la izquierda de hoy?


-Hay tres planos fundamentales de análisis. Por un lado, la constitución del
mercado o de la interdependencia económica; por otra banda, la constitución
de la empresa o de la unidad productiva, y por último, la constitución del
Estado, es decir las relaciones entre la ciudadanía y el Estado. En lo
referido al primer plano, o de la interdependencia económica, habría que
puntualizar que, en contra de lo que suelen decirse en los medios de
comunicación, vivimos en un mundo que no tiene nada que ver con un mercado
competitivo. En el sentido clásico de la palabra, en el sentido de la teoría
económica, hace muchos años que no existen mercados competitivos si es que
alguna vez existieron. Desde el último tercio del siglo XIX, lo que hay son
mercados oligopólicos dónde las empresas no compiten por precios, sino por
abaratar costes y, fundamentalmente por hacerse con segmentos de mercado
sobre los que ejercen un gran protectorado y desde el que dominan a las
pequeñas empresas y los consumidores.

-La ofensiva neoliberal consiste -denuncia Doménech-, por una banda en la
ilusión completamente falsa de que los mercados son competitivos, y por otro
lado, en la realidad política de un ataque a las poblaciones trabajadoras,
consistente en volver a imponerles la empresa concebida absolutistamente, y
en desmantelar toda legislación laboral, los estatutos de los trabajadores,
la regulación del mercado de trabajo.

¿Quién después de leer lo anterior, podría negar que es un retrato fiel de
lo que se intenta hacer en nuestro país en contra de los trabajadores y sus
movimientos reinvindicadores? Además del desmantelamiento de nuestras
industrias: PEMEX, Comisión Federal de Electricidad, la Marina Mercante
Mexicana, casi desaparecida, todavía tenemos que aguantar frases
presidenciales, como la espetada durante la firma del Acuerdo Económico con
Japón. Fox, retador, dijo: "con o sin reformas trascendentales no se va a
detener la participación de empresas globales en nuestro país".

Pero la denuncia de Doménech, va más allá y llega con toda su fuerza de
verdad científica hasta el centro del núcleo del poder mundial, hasta la
hegemonía mundial, que trata de imponerse a todos y en todas partes. Además
de un mensaje directo a los parlamentos del mundo.

-Existen grandes grupos y complejos de intereses producidos por mercados
oligopólicos y muchas veces monopólicamente constituidos que negocian al
margen del parlamento, lo que lleva a una desparlamentación de la vida
política. Los parlamentos posteriores a la II Guerra Mundial perdieron
capacidad deliberativa, elocuencia parlamentaria. Muchos teóricos hablaron
de corporativismo. Corporativismo es esto; el reconocimiento de los poderes
de hecho constituidos, producto de mercados oligopólicos de grandes
magnates, que acumulan un poder privado capaz de desafiar a la razón
pública, a la deliberación pública, y sobreponerse a los parlamentos,
incluso de imponer mediante el dinero gobiernos enteros. Finalmente, Busch
es producto de que varias multinacionales decidieran gastar 3.000 millones
de dólares.

Cualquier parecido con la tesis de José Manuel Nava, director de EXCÉLSIOR,
en su libro El Vortex del Mal, no es simple coincidencia, es resultado del
estudio profundo de las condiciones del mundo actual y la confabulación
global que lideréa la potencia hegemónica.

-¿Nos podría especificar un poco más las líneas programáticas en que debería
basarse la izquierda de hoy? Insiste el entrevistador.

-Conviene acabar con la constitución oligopólica de los mercados. Habría que
volver a un ideal de mercado lo más perfectamente competitivo en el sentido
de los socialistas de mercado del primer tercio del siglo XX. En lo referido
al plan de la constitución de la empresa, los trabajadores no deberían
conformarse con defender empresas capitalistas puramente
constitucionalizadas en el estado del bienestar sino que deberían imponer
una democracia industrial radical. Las unidades de producción deben estar
regidas democráticamente de abajo a arriba. Y en el ámbito político es
esencial acabar con la dictadura del dinero sobre la vida política.

Sobre el meollo de la charla Alexandre interroga: Próximamente saldrá
publicado un libro suyo sobre el valor político de la fraternidad.
¿Considera que llegó el momento de recuperar este valor revolucionario?

-Me parece que es un momento para plantearnos por qué de los tres grandes
valores revolucionarios del mundo contemporáneo, los de la Revolución
Francesa, nos hemos olvidado de la fraternidad. Me está costando en
principio, entender por qué desapareció el valor de la fraternidad, un valor
muy importante para la tradición de la democracia revolucionaria en el Siglo
XIX hasta más o menos el final de la Segunda República Francesa, en 1848.
Luego desaparece como por un sumidero y sólo lo mantienen los anarquistas
como valor apolítico. Los socialistas marxistas hablan de la fraternidad y
el hermanamiento de los pueblos, pero es un valor que se desdibuja como
valor político republicano. Yo creo que hay dos nociones de fraternidad, muy
viejas pero que cristalizan de un modo político durante la Revolución
Francesa: la noción cristiana de la fraternidad, una vieja noción evangélica
que es en realidad apologética de la dominación, de la dominación
patriarcal, de la dominación de los poderes del mundo, de los que San Pablo
no tuvo otra ocurrencia que decir que los poderes que son de Dios son
ordenados.

-Es una exigencia a los pobres, a los humildes particularmente a los
esclavos, a las mujeres de sometimiento fraternal, de sometimiento con amor
un conflicto masoquista de amar a quién te domina o te sujeta. Eso se puede
ver en la revolución francesa con el primer uso que hacen, por ejemplo los
curas constitucionalistas: fraternidad como reconciliación de las llamadas
clases domésticas, las mujeres, los criados, los siervos de la gleba con los
padres de familia que eran los miembros de la sociedad civil.

EN LA ESQUINA. El remate de la entrevista a Antonio Doménech, es simplemente
fenomenal: -Todavía la fraternidad está viva en Europa, en Francia y en la
América española más o menos hasta la mitad del siglo, cuando el socialismo
que hereda la tradición democrática radical de Robespierre cree que todos
pueden aflorar a la sociedad civil y quitarse el yugo del patrono, aunque la
sociedad civil está dividida entre propietarios y no propietarios. El
socialismo no plantea ya el problema de la fraternidad porque, aunque se
cumpliera utópicamente el programa de Robespierre, si se mantiene la
división de propietarios y no propietarios sería una fraternidad falaz. Ése
es el origen del socialismo y el origen del socialismo, en cierto modo,
coincide con el eclipse de la fraternidad dándose la paradoja de que el
socialismo es el heredero de esas inquietudes, de esas tradiciones.

* periodista y escritor mexicano.

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