domingo, 15 de febrero de 2004

Brigadas Internacionales: El nombre de la libertad (II) (By Cacho)

9 de febrero del 2004
Higinio Polo - La Insignia(*). España, febrero del 2003.
Victor Priess, Hans Benfeldt, Karl Kloster y otros brigadistas daneses.

Tras el anuncio, Negrín presenta una resolución, por la que España solicita "de la Asamblea de la Sociedad de Naciones la
constitución inmediata de una Comisión internacional que estará encargada de proceder a las verificaciones e investigaciones que juzgara necesarias a fin de poder garantizar a la Sociedad de Naciones, y en ella a los Estados miembros y a la opinión pública mundial, que la decisión de retirada de extranjeros adoptada por el Gobierno español se aplica de una manera integral." De hecho, el gobierno republicano pretende con la retirada de las Brigadas Internacionales desmentir la supuesta intervención soviética en España, que era un argumento utilizado por algunas cancillerías y por una parte de la prensa internacional para justificar o, al menos, para restar importancia a la intervención alemana e italiana. También persigue Negrín que la Sociedad de Naciones conceda de nuevo a la república la facultad de
aprovisionarse de material de guerra en cualquier país y ejercer así su derecho a la defensa, y, al mismo tiempo, quiere forzar al bando rebelde a retirar también las tropas extranjeras, sobre todo los legionarios italianos. Negrín quiere que su propuesta de resolución sea aprobada por la Asamblea y que el Consejo de la Sociedad de Naciones constituya rápidamente la comisión internacional de seguimiento de la retirada. Sin embargo, finalmente la propuesta de resolución es trasladada para su examen a la Sexta Comisión de la Asamblea. Dicha comisión empezará a estudiar la propuesta española el 29 de septiembre, en medio de la crisis de Múnich, y su repercusión en los medios internacionales cede: ya no se considera un tema importante.
La Sexta Comisión decidirá finalmente, en una clara maniobra dilatoria, recomendar a la Asamblea que envíe al Consejo de la Sociedad de Naciones el proyecto de resolución del gobierno español: se volvía así al punto de partida. Pese a ello, la decisión anunciada en Ginebra será aplicada inmediatamente: el 25 de septiembre de 1938, todas las unidades de las Brigadas Internacionales empiezan a ser trasladadas desde los frentes hacia la retaguardia. Tras la discusión del informe del secretario general y las intervenciones de los delegados más significativos, ¡que no habían hecho mención en sus discursos a la crisis desatada por Hitler a propósito de Checoslovaquia!, siguiendo con la consigna de la diplomacia británica, -con la excepción del representante soviético, Litvinov, así como del ministro español
Álvarez del Vayo, y de los delegados mexicano y colombiano- el interés de los diplomáticos se centra en los contactos informales en los pasillos del palacio de Ginebra. Según el ministro de Estado, Álvarez del Vayo, "era convicción general que, si París y Londres se mantenían firmes, Hitler no tendría más alternativa que someterse. Esta impresión se acentuó el día que Litvinov, contrarrestando una maniobra de los capituladores, que insinuaban que la Unión Soviética había tomado una posición indecisa, declaró en la VI Comisión que su país estaba dispuesto a cumplir las obligaciones emanadas del Pacto Francosoviético y del Pacto Checosoviético si, en caso de una agresión alemana, Francia acudía en ayuda de Checoslovaquia." De manera que el centro de la atención internacional no está ya en España, sino en la crisis
checoslovaca. El 22 de septiembre, de nuevo Chamberlain viaja a Alemania y presenta a Hitler un plan para ceder las zonas de los sudetes donde los alemanes fuesen más de la mitad de la población, con la garantía añadida de Gran Bretaña y Francia de que serían respetadas las nuevas fronteras checoeslovacas resultantes. El dictador alemán se mantiene en sus exigencias y reclama la totalidad de los territorios sudetes, seguro de que Gran Bretaña no llegará hasta el final en su oposición inicial y cederá a sus pretensiones antes que arriesgarse a una conflagración armada, opinión que mantienen también muchos medios políticos y diplomáticos europeos, así como la prensa. El 29 de septiembre, se celebra la reunión en Múnich de los cuatro dirigentes: Hitler, Mussolini, Chamberlain y Daladier,
reunión que sancionará la entrega de los sudetes a Berlín. Allí mismo, Chamberlain plantea a Hitler la idea de una "conferencia a cuatro", que, según temía Negrín, sólo podía terminar con la exigencia de capitulación al gobierno republicano. En Barcelona, las noticias de Munich crean alarma, que aumenta tras la aceptación por Benes y el gobierno checoslovaco del diktat muniqués, pese a manifestar su protesta, cuando ya las divisiones alemanas cruzan, en la medianoche del 30 de septiembre, la frontera checoslovaca, iniciando la invasión.
También Dimitrov, en Moscú, empieza a considerar la conveniencia de poner fin a la misión de los internacionalistas de España.
Ese es el trasfondo de la retirada de las Brigadas Internacionales. Con el temor de un arreglo entre Londres y París con Berlín y Roma, a costa de la república española, el mismo día 30 de septiembre, se celebra una reunión de las Cortes en el monasterio de Sant Cugat, cerca de Barcelona. Entre otros asuntos, es abordada por el presidente del Consejo la retirada de las Brigadas Internacionales, para explicar los motivos de la propuesta del plan de retirada unilateral de los voluntarios internacionalistas. Negrín es consciente de que, si bien la retirada no reduce excesivamente la capacidad de combate del ejército republicano, si que tiene gran repercusión en el estado de ánimo de los soldados y de la población civil, al hacer patente, tras la conferencia de Múnich, la extrema soledad del gobierno republicano frente a sus enemigos. Los responsables republicanos, en palabras de Negrín, están decididos "a que no pudiéramos nosotros servir de pretexto
injustificado y considerados como una amenaza para la paz europea, hemos ido mucho más allá: hemos tomado una decisión unilateral, ya que no se atrevía a tomar el Comité de No-Intervención la decisión bilateral que correspondía. Nosotros hemos llevado la propuesta que conocéis ante la Sociedad de Naciones […]. Nosotros hemos dicho: retiramos los voluntarios, todos; los voluntarios que son voluntarios de nuestro lado, los voluntarios extranjeros; pero incluso los voluntarios que se han nacionalizado como españoles a partir del 16 de julio de 1936. […] Y para que veáis que esto no es una vana afirmación ni que lleva alguna trampa tras sí, nosotros proponemos a la Sociedad de Naciones que ella designe una Comisión Internacional […] para poder controlar y fiscalizar y demostrar ante el mundo que esta retirada
de los voluntarios extranjeros es real y efectiva y que el Gobierno español procede […] de buena fe." Los temores de Negrín, ante la verosímil posibilidad de que Chamberlain, para acabar con el problema de la guerra española, opte por proponer una conferencia que, como en el caso de Checoslovaquia, prescinda del gobierno del país afectado, son compartidos en Barcelona por su gobierno y por las fuerzas políticas que siguen manteniendo la consigna de la resistencia. A lo largo del mes de octubre, se suceden los intentos diplomáticos para dar una rápida solución a la guerra, a través de la presión sobre el gobierno republicano para que se aviniese a firmar la paz. Pero el anuncio de la disolución de las Brigadas Internacionales ya ha sido hecho, y Barcelona se convierte en el escenario de la despedida.
Gobierno, organizaciones políticas, ejército y ciudadanos participan en los actos. El gobierno republicano anuncia su intención de nombrar a los brigadistas ciudadanos de honor de la República Española cuando la guerra termine, y en los últimos días de octubre de 1938 se suceden los actos de reconocimiento. El día 25, un acto de homenaje para despedir a los brigadistas, que culmina con un banquete y baile, congrega a Negrín, Rojo, Cordón, Sarabia, Modesto, Líster, Tagüeña, André Marty y el comisario inspector, Luigi Gallo. Intervienen en el acto Marty, Modesto y Negrín. Al otro día, además de un festival en el Liceo, al que también asiste Negrín, se celebra una comida en honor de las Brigadas Internacionales en el Palacio Nacional de Montjuich. El 27 de octubre por la noche, se celebra en el Gran Casino de la
Rabassada, en Barcelona, el acto organizado por el gobierno en honor de las Brigadas Internacionales. El acto de despedida más emotivo, sin duda, fue el desfile organizado el 28 de octubre, en la avenida del 14 de abril (Diagonal), donde se congrega una gran multitud, aunque los barceloneses, por motivos de seguridad, ignoraban con exactitud la hora del inicio. A las cuatro de la tarde, llegan Azaña y Negrín a la tribuna oficial, y poco antes Companys y el gobierno de la Generalitat.
A las cinco menos cuarto, se inicia el desfile de tropas republicanas y después desfilan unos seis mil brigadistas, encabezados por el teniente coronel Hans y por Luigi Gallo, mientras escuadrillas de caza de la aviación republicana lanzan sobre la muchedumbre miles de hojitas volanderas con el soneto que Miguel Hernández había escrito para aquel acto en homenaje a los brigadistas: "Si hay hombres que contienen un alma sin fronteras…" Y los de Pedro Garfias: "¡Qué grande es vuestra patria, camaradas/ de las Brigadas Internacionales! Le da la vuelta al mundo."


Bombardeo de la Legión Cóndor.

Cuando estaba a punto de iniciarse el desfile de secciones de Seguridad y Asalto, Carabineros y otras fuerzas, se suspendió el cortejo, por razones de seguridad. Asistían doscientas mil personas: era una muestra de agradecimiento de Barcelona a los brigadistas, una reafirmación del propósito de resistencia que encarnaba el gobierno Negrín, en medio de un clima de emoción que se repetiría muchas veces después. El gobierno y el pueblo se habían volcado con los internacionalistas. El 6 de noviembre de 1938, el diario La Vanguardia recuerda a algunos internacionalistas: "Hans Beimler era un auténtico representante del pueblo alemán, un diputado del Reichstag.
Luckas, oficial de caballería del ejército húngaro. Zalca Mate, que hizo famosos sus artículos y sus libros. Ben Leider, periodista. Ralf Fox, un escritor inglés, conocido en todo el mundo… El doctor búlgaro Grosev… El doctor alemán Heilbrum… Nino Nanetti… Bruguere, un obrero de la construcción de París, (...) Hamond, el comisario, consejero de un municipio de los alrededores de París, caído en el Ebro, cinco horas antes de que los Internacionales fueran relevados, ahora, del frente.
Oliver Law, Guido Pacelli, Scheiberg… Sobreviven a esta gesta única, André Marty, el hombre que organizó las Brigadas, (…) Luigi Gallo, el primer voluntario que llegó a Albacete, primer comisario de Brigada, (…) Hans, un periodista alemán, perseguido por la Gestapo, hoy teniente coronel de las Brigadas. Morandi, oficial de la Marina de guerra italiana, condenado a destierro por antifascista, hoy también teniente coronel. Reiner, obrero austríaco, que se ha elevado desde soldado de las Brigadas a mayor. Motojec, campesino polaco, destacado militante obrero, que llegó al mando de la XIII Brigada. El famoso escritor alemán Ludwig Renn. Gates John, el americano, comisario, (…) Y este comandante Ford, a quien la metralla dejó ciego, que va a todas partes acompañado por un lazarillo, y que siempre sonríe." El coronel Antonio Cordón recuerda así una escena de esos días: "Emoción que se renovó para mí unos días después. Anoté la fecha: 18 de noviembre [de 1938]. Fui a la frontera aquel día para despedir a un convoy sanitario.
Los enfermos y heridos pertenecían a diferentes naciones. Eran norteamericanos, ingleses, belgas, franceses, holandeses, noruegos, daneses, suizos, un luxemburgués y un sueco. Era una pequeña expedición. Apunté también el número: 268. Había entre ellos algunos grandes mutilados y un ciego. Muchos me abrazaron. Y el último recuerdo que conservo de aquel día gris y frío y el que viene siempre a mi memoria cuando pienso en los internacionales o hablo de ellos es el de uno de aquellos hombres, que, asomado a la ventanilla y agitando el puño cerrado del brazo que le quedaba gritaba una y otra vez mientras el convoy se ponía en marcha: -¡Viva España! ¡Viva España!"
Después, iniciada la ofensiva fascista contra Cataluña, los internacionalistas siguieron luchando, hasta el final, hasta el último día de la guerra. Aún siguieron en la brecha, en los campos de batalla de la Segunda Guerra Mundial o en las luchas sociales, hasta hoy.
Cuando terminó la guerra, los que pudieron volvieron a casa; otros -alemanes, italianos, griegos, checoslovacos- se convirtieron en apátridas, y muchos, demasiados, serían perseguidos a su vuelta: en la Unión Soviética de Stalin, en Holanda o en Suiza, en Austria, en Alemania, en los Estados Unidos. Pero sesenta años después del final de la guerra civil, su ejemplo continúa con nosotros. Las Brigadas Internacionales siguen siendo el nombre de la libertad, la difícil libertad que defendieron en las trincheras de la guerra, la que amasaban juntando las palabras en los días de plomo de la represión franquista, pensando en sus camaradas españoles del frente.
Porque, como escribe en sus memorias Harry Fischer, miembro de la Brigada Abraham Lincoln, pese a la ferocidad de la guerra, de las órdenes en ocasiones injustas, pese a la traición, incluso; pese a la amargura y al cansancio, el ejemplo de las Brigadas Internacionales fue excepcional. La resistencia enarbolada por Negrín y representada por las Brigadas Internacionales no se limitó a actuar en los campos de España: los movimientos partisanos que, a lo largo de la II Guerra Mundial, lucharon contra la ocupación nazi en Francia o en Italia, en Yugoslavia o en Polonia, estaban siguiendo su ejemplo y llevando a la práctica la convicción de Negrín y los internacionales: resistir es vencer. Los internacionalistas lo sabían: poco antes de morir, uno de ellos, Gene Wolman, escribió: "aquí, incluso aunque perdiéramos… por el hecho de luchar, por el debilitamiento del fascismo, habremos ganado." Era cierto. Por eso, las Brigadas Internacionales son el nombre de la libertad.

De todo eso nos hablan las fotografías de la exposición, recogidas por Lefebvre y por Skoutelsky. Hay muchas imágenes inolvidables entre ellas, ya conocidas o recuperadas ahora. La de Robert Capa, donde se ve a un voluntario italiano, en los días de la despedida a las Brigadas Internacionales, que levanta el puño hasta su sien y mira hacia delante, con lágrimas en los ojos. La de Lise London, sonriente, en Valencia. La de un bombardeo fascista en la calle de Alcalá, en Madrid, en la que cuatro niños se arrastran por el suelo, al lado de una bomba que no ha estallado. Las del entierro en
Barcelona del diputado comunista alemán Hans Beimler, que había sido detenido en Berlín tras el incendio del Reichstag y condenado a muerte, que consiguió escapar del campo de concentración de Dachau, para encontrar la muerte en el frente español. La fotografía de una manifestación de solidaridad con la España republicana, celebrada en una desconocida región china que había sido liberada por los comunistas de aquel país.
La de las muchachas barcelonesas que, el día de la despedida, llevan una pancarta en la que se leía: "A los Internacionales: ¡salud, hermanos!" Y tantas otras. Rémi Skoutelsky cita las palabras de una voluntaria de las Brigadas Internacionales, Adèle Arraz-Ossart, recordando la muerte de otro brigadista: "Cuando Paul Richard murió, señaló en su testamento que no quería en su entierro discursos ni banderas. Sólo la bandera republicana. Decía él: 'Ir a España es lo mejor que hice en mi vida'. Adèle añadía: "Es lo mejor que hicimos cada uno de nosotros en nuestra vida." Hoy, para nosotros, las Brigadas Internacionales representan lo mejor del siglo XX. Pese a ello, a finales de los años setenta, el tácito silencio acordado en la transición ocultó a las Brigadas Internacionales. Veinte años después, en enero de 1996, a iniciativa de la izquierda, el Congreso de los Diputados aprobó un decreto por el que se establecían los mecanismos
para que los voluntarios pudieran acceder a la nacionalidad española.
Era, sin duda, un reconocimiento a su papel, aunque la imposición de la derecha hizo que, para tramitar la solicitud, los veteranos internacionalistas debieran prestar juramento o promesa de fidelidad al Rey, además de obediencia a la Constitución y a la ley. El decreto concedía un plazo de tres años para hacer las solicitudes: terminaba en marzo de 1999. De manera que aquella promesa del gobierno de Negrín, hecha en los días hermosos y tristes de la Barcelona del invierno de 1938, de nombrar a los voluntarios de las Brigadas Internacionales ciudadanos de honor de la República Española cuando la guerra terminara, sigue estando pendiente, porque no hay duda de que su memoria, el recuerdo de su entrega a la libertad y al socialismo, sigue siendo lo mejor que nos ha legado el siglo XX.

(*) Publicado originalmente en El Viejo Topo, de España.

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