martes, 21 de septiembre de 2004

Entrevista a Paul Auster - La noche del oráculo (anagrama)

(N.R.:Se que entre los lectores hay personas que lo leen. No es mi caso. Ello no lo desmerece en lo más mínimo.)

"Siempre hay política en mis libros"



(obtenido de Interlink News)

En su nueva novela, "La noche del oráculo", Paul Auster habla de las relaciones de pareja, del paso del tiempo y de la complicada relación de la literatura con la vida. De todo eso trata esta entrevista, y también del temor y el terror que le provoca el gobierno del presidente George W. Bush.

JUSTO BARRANCO.

Paul Auster regresa con La noche del oráculo (Anagrama), un libro sobre temas que no le son ajenos: las relaciones de pareja, el paso del tiempo, el deseo de ser otro y la complicada relación de la literatura con la vida. El relato está estructurado a la manera de las muñecas rusas. Sidney Orr, el protagonista, es un escritor que ha atravesado una gravísima enfermedad y mantiene una difícil relación de pareja. Orr escribe en un misterioso cuaderno azul una novela sobre un editor que cambia de vida radicalmente a partir de un contacto con la muerte. Y ese editor tiene en su mano un relato inédito de una escritora desaparecida. Los relatos se entrecruzan. Desde
Nueva York y por teléfono, Paul Auster responde:

- >Entre tantos temas, ¿"La noche del oráculo" es sobre todo una historia de amor?

- >Es el tema más importante, pero la idea crucial es la del perdón. Saber si en el amor somos capaces de sobreponernos a nuestras vanidades y egoísmos y perdonarnos. Todos cometemos errores. Y hay quien no puede soportar esto.

- >¿Hay algún diálogo en este libro con la última novela de su mujer, Siri Hustvedt, "Todo cuanto amé"?

- >No, y el personaje de Grace no es Siri. No se parece en nada. Grace es una diseñadora gráfica cuya comunicación con su marido es complicada y su vida está algo desestructurada. Siri es la persona más organizada que conozco, e increíblemente comunicativa. Y el método de trabajo de Sidney no se parece en nada al mío. El se sienta a escribir y tiene una idea que desarrolla hasta que choca con algo. Yo no hago eso. Necesito años y años para que una idea se transforme en un libro. No es autobiográfico.

- >La tentación de ser otro vuelve a aparecer aquí. ¿Usted quiere ser otro o le basta con escribir novelas?

- >Quién sabe, aunque es verdad que escribir me permite experimentar a través de muchos personajes que no son yo. En ese sentido, es verdad.
Curiosamente, en este libro el personaje del editor, que cambia radicalmente, lo hace a partir de un hecho casual, de haber estado a punto de morir por el desprendimiento de una gárgola. Me inspiré en Flitcraft, un personaje de El halcón maltés de Dashiell Hammet que vive un hecho similar.
Es un buen ejemplo de cómo escribo: conocí la anécdota hace 15 años y estuve a punto de hacer una película sobre ella con Wim Wenders, que no se hizo por falta de dinero. Y ahora la utilizo para esta novela.

- >En su libro la literatura parece enfrentada a la vida. Uno de los personajes recuerda que "los pensamientos son reales, las palabras son reales". ¿Qué piensa usted?

- >La literatura y la vida no necesariamente están enfrentadas, pero es una idea que viven los protagonistas del libro. Es cierto que creo que las palabras pueden tener consecuencias tremendas, que mueven a la gente a actuar o a suponer que las cosas deben ser de determinada manera. Ahí están los discursos políticos y las reacciones de la gente. Las palabras tienden a generar lo que sucede. Sobre el poder de la literatura en concreto, mi opinión cambia con frecuencia, pero en la novela hay un buen ejemplo. La trágica historia del autor francés que escribe un relato sobre un niño ahogado y dos meses más tarde su hija de cinco años muere ahogada durante
las vacaciones, es totalmente real.

- >Es paradójico que la literatura en su libro aparezca como premonición, y que sus personajes tengan la tentación de mirar al pasado, al caleidoscopio con fotos antiguas.

- >Este libro es sobre el tiempo. Contiene muchas referencias al pasado: las
guerras mundiales, la revolución cultural, el holocausto...

- >¿Por qué?

- >El escritor solamente tiene el cómo, no controla las fuerzas que vienen
de zonas oscuras interiores.

- >Su libro está lleno de referencias literarias. ¿Qué lee ahora?

- >Cuando trabajo, sólo leo sobre ciencia, política... No quiero oír las voces de otros escritores dentro. Cuando no escribo, leo a gente como Don DeLillo, Ian McEwan, Peter Carey, Tabucchi, Coetzee, cuyo Esperando a los bárbaros es de lo mejor de estos últimos años.

- >En su novela uno de los personajes dice que los gobiernos siempre necesitan enemigos, aun en la paz. ¿Hace referencia a EE.UU.?

- >Es una verdad universal. Los gobiernos, particularmente los imperios, como EE.UU., necesitan enemigos para lograr cohesión.

- >¿Cómo ve la campaña electoral en su país?

- >Me obsesiona. Estoy más preocupado que nunca. La administración de Bush es la peor que hemos tenido nunca y espero que sea derrotada. Tanto aquí, en Nueva York, como en Madrid, sabemos lo que es el terror, pero Bush lo que hace es sólo empeorarlo.

- >Pero aun así no habrá que esperar un libro político de Auster, ¿cierto?

- >Siempre hay política en mis libros, aunque no explícitamente. Veo La música del azar como una parábola política sobre el poder. No escribiría nada obviamente político, pero la política subyace. Sin embargo, ahora estoy terminando una nueva novela de la que ya puedo adelantar el título, The Brooklyn Follies. Es un libro ligero que me rondaba por la cabeza hace años y necesitaba escribirlo ahora porque estaba comenzando a sentirme muy deprimido con EE.UU., Bush y la guerra. Como decía Billy Wilder, "cuando te sientes muy bien debes escribir una tragedia, y cuando te sientes muy mal, una comedia". Ahora trato de hacer mi comedia.

(c) La Vanguardia y Clarin

Auster básico NUEVA JERSEY, 1947. ESCRITOR

Estudió en la Universidad de Columbia y en 1974 empezó a publicar poesías y ensayos en las revistas "New York Review of Books" y "Harper's Saturday Review". A fines de los 80 sus novelas irrumpieron en el panorama literario de los Estados Unidos con una sorprendente combinación de realismo y fantasía. Entre sus títulos se destacan "El país de las últimas cosas" (1988), "El palacio de la luna" (1989), "Cimientos" (1990), "La música del azar" (1991), "Leviatán" (1992), "El cuaderno rojo" (1993), "Vértigo" (1994), "Trilogía de Nueva York" (2000) y "El libro de las ilusiones" (2003). Vive en Brooklyn junto a su segunda esposa, Siri Hustvedt, también escritora, de quien se acaba de publicar "Todo cuanto amé".

Un maestro en la manipulacion del azar


POR ROBERT SALADRIGAS ESCRITOR Y CRITICO LITERARIO

Si uno busca deambular por las calles y la vida cotidiana de Nueva York o desea reencontrarse con viejos recuerdos que tengan de fondo la ciudad del río Hudson, las obras de Paul Auster son como pasar las páginas de un álbum de imágenes familiares. Aquí, en éste su último libro, también está la abigarrada geografía urbana de Brooklyn, Manhattan, el Village y, en ella, escrupulosamente ubicados, pequeños restaurantes, librerías, tiendas de alimentación o de electrodomésticos que tal vez existan con nombres propios o quizás sólo decoren el imaginario del novelista. No importa: todo nos parece auténtico porque sabemos que el paisaje de Nueva York es así. Pienso que las singulares historias que Auster cuenta no resultarían tan
convincentes si no ocurrieran en Nueva York, el magmático escenario donde
todo lo posible se hace verosímil.

En "La noche del oráculo" una cosa lleva a la otra, una historia abre paso a
otras historias, lo real dentro de la novela converge en otras realidades que son ficciones insertas en la ficción que es la propia vida de Sidney Orr, el protagonista, y así, como en el magistral juego de espejos con que Orson Welles concluía "La dama de Shanghai", el lector se encuentra asistiendo a una sesión de ilusionismo entre supuestamente realista y oscuramente artificiosa que lo mantiene en una sensación extrema de perplejidad.

Auster cree como nadie en los poderes inmanentes del azar, en sus juegos a veces mortíferos. Así como cree ?aquí lo escribe? que según en qué circunstancias la palabra mata. Auster es un maestro en la manipulación del azar; sobre sus jugarretas, llámense casualidades o asombrosas coincidencias, ha construido gran parte de sus mejores novelas. El individuo no es libre de encauzar su destino. Algo superior, inexplicable, que escapa de la racionalidad, conduce sus pasos por tortuosas sendas que lo llevan hasta donde nunca hubiera querido ir. Una simple llamada de teléfono un domingo a primera hora de la mañana o la compra no premeditada de un llamativo cuaderno azul puede inducir a un giro radical de nuestra vulgar existencia.

Estos son los pilares de la narrativa de Auster, junto a la constante reflexión sobre los secretos del arte de novelar, la soledad del creador y algunos destellos autobiográficos. Nada que a estas altura sea nuevo para el lector asiduo de Auster. La novedad de "La noche del oráculo" es que un Auster en plenitud ha alcanzado tal grado de perfección en el montaje de las piezas de tan compleja estructura narrativa, capaz no ya de sostener sino de encajar milimétricamente varias historias simultáneas ?incluso relatadas a pie de página?, que el conjunto, pese a las múltiples vibraciones que desprende, resulta frío y abrumador como si el exceso de precisión y la carencia de grietas dificultara el transpirar de lo humano. Absurda
sensación cuando al fin y al cabo el espinazo de la novela es una historia de amor y perdón en el circuito de una realidad profunda, multitentacular, sórdida y violenta, sobre la que en todo momento se ciernen los peligros de la vulnerabilidad, la amenaza de destrucción y el persistente acecho de la muerte.

Desde esta perspectiva no cabe duda de que, como Auster no cesa de afirmar, toda novela es tan real como la vida que nos toca vivir y a la vez tan extraordinariamente ficticia como en muchas ocasiones pueden llegar a parecernos ciertos episodios, por lo común intraducibles, que salen a nuestro encuentro. En cualquier caso las novelas forman parte de la realidad y ese es el misterio que hipnotiza a Paul Auster.

(c) La Vanguardia y Clarín

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