Por:Ignacio Ramonet (El Periódico, Barcelona.)
Muchos generales estadounidenses admiten ahora en privado lo que ya es una
evidencia para los estados mayores de las grandes potencias: en Irak, la guerra
está perdida. En los dos frentes principales. En el frente militar; y en el
frente mediático desde la difusión del escándalo de las torturas. La gran
batalla de la opinión pública, tras el descubrimiento de las fotografías del
horror, acaba en desastre total. Todo parece a punto de venirse abajo.
Colin Powell, secretario de Defensa, y Paul Bremer, procónsul estadounidense en
Irak, ya plantean la hipótesis de una retirada precipitada de las tropas
norteamericanas. Como acaba de hacer el contingente español. Tras la ofensiva de
la resistencia en abril (145 soldados de la coalición muertos y 1.099 heridos),
se han invertido los papeles: los atacantes se encuentran ahora a la defensiva.
Las fuerzas estadounidenses ya no controlan el terreno y se revelan impotentes
para proteger su centro de mando y a sus principales aliados. Como demuestra el
atentado en el que murió Ezedine Salim, el presidente del Consejo Provisional
del Gobierno iraquí, ante la sede de la coalición en Bagdad.
ASÍ PUES, el cuerpo expedicionario estadounidense tiene a partir de ahora un
objetivo prioritario: protegerse a sí mismo de los golpes que le asestan los
resistentes, que se han vuelto todavía más agresivos desde el descubrimiento de
las fotografías de los prisioneros torturados y humillados. Las cifras son
explícitas: 10 ataques contra los soldados de EEUU en julio del 2003, 20 en
enero del 2004, y 45 en la actualidad. Una media de 15 norteamericanos abatidos
por semana. El 18 de mayo, el número de estadounidenses asesinados ascendía a
785 muertos. Sin contar los ataques contra las tropas regulares británicas (58
muertos), las italianas (20 muertos), etcétera. En total, las fuerzas de la
coalición han sufrido 906 bajas y 4.327 heridos. Esto se está convirtiendo en
una pesadilla.
Irak no es Vietnam. Pero los invasores han caído en la trampa de un conflicto
urbano de muy larga duración. Sin mandato de la ONU, las fuerzas de ocupación
cuentan con unos 155.000 hombres procedentes de 34 países (entre los que no hay
ningún Estado árabe o musulmán).
Pero los 138.000 soldados estadounidenses --de los que sólo 56.000 son
verdaderos combatientes (en comparación con los 39.000 hombres que mantienen el
orden sólo en la ciudad de Nueva York)-- se revelan insuficientes para
"proteger" el país. EEUU no dispone de fuerzas suficientes para ganar este tipo
de guerra, que se parece cada vez más a una guerra colonial. Para poder ganarla,
se necesitaría al menos un soldado por cada 50 habitantes, es decir 470.000
hombres armados, mientras que la totalidad de los efectivos del Ejército de
tierra estadounidense desplegados en todos los continentes apenas asciende a
495.000 soldados.
Si bien sobre el terreno las fuerzas norteamericanas obtienen victorias
tácticas, en el plano estratégico está claro que están perdiendo, porque
Washington ya no tiene una política coherente con respecto a Irak. Ninguna de
las razones oficiales para hacer esta guerra era cierta. Se sabe que el
presidente Bush mintió, tanto sobre la posesión por parte de Bagdad de armas de
destrucción masiva, como sobre las relaciones entre el régimen de Sadam Husein y
la red Al Qaeda. Tampoco había "peligro inminente", la "guerra preventiva" no
era necesaria. Y el resto de ideales que podían haber motivado la invasión
(instauración de una democracia respetuosa con los derechos humanos) acaban de
hacerse añicos debido al descubrimiento de la práctica generalizada de torturas
contra los prisioneros.
HAY PUES fracaso militar, fracaso mediático y doble fracaso moral (mentiras y
torturas). Ante esta desastrosa situación, la transferencia de la "plena
soberanía" en favor de un gobierno colaborador, prevista para el 30 de junio,
como ha vuelto a confirmar el presidente Bush el 24 de mayo, no es más que un
fraude. Pues las fuerzas norteamericanas conservarán el poder real como en
cualquier otro "protectorado" de las antiguas épocas coloniales.
A seis meses de las elecciones estadounidenses, Bush se encuentra en la peor de
las situaciones: la guerra está perdida y ya no hay plan alguno para dirigir el
atolladero iraquí. No hay solución política. A menos que reconozca su enorme
error y transfiera, de inmediato, todo el poder a la ONU.
Qué lejos quedan los días en que los halcones del Pentágono (Cheney, Rumsfeld,
Wolfowitz, Perle...) anunciaban que las fuerzas invasoras serían recibidas como
liberadoras. Ahora todo se vuelve en su contra.
Ignacio Ramonet es Director de Le Monde Diplomàtique. Traducción de Xavier
Nerín.
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